‘Las 9 y media, el calor me mata, igual que las noticias de la radio. Doy dos caladas al último cigarro y ya… Que se rompa la barrera del sonido, y que no se escuche nada, porque sobran palabras para decirme’
Sentir. Esas seis letras que parecen multiplicar por mil las sensaciones. Esos cosquilleos inevitables. Esas miradas que buscan perderse en la nada para ocultar lo evidente. Y esas sonrisas que, lejos que ser forzadas, no son más que la voz del alma que sin hablar dice todo lo que siente.
Miedo. Esa barrera tan ligada al deseo que impide que las miradas tengan más intensidad de la que deberían. Esa necesidad por ocultar una sensación que desearías compartir con cualquier persona. Esas ganas de gritarle al mundo que te sientes distinto/a. Pero a veces, callar es más sencillo y, en ocasiones, más ético.
Pensar. Es lo que me frena a menudo de sentir lo que no debería. Es la parte que me aporta la integridad que necesito para no desear lo que no tengo. Para apartar ciertas hipótesis de mi mente.
Amar. Paradójicamente, todo se reduce a eso. Cinco letras con un solo significado y mil sentimientos distintos. Pero amar no es fácil. Cuesta, duele y, frecuentemente, no entiende de razones. Pero llena. Y mucho.
Escapar. En ocasiones me gustaría irme lejos. Perderme en cualquier espacio a cientos de millas de aquí. Nueva York para sentirme todo y nada. Para disiparme entre la esencia, la inmensidad y frialdad de sus calles. Para encontrarme a mí misma. Japón me iría bien para ser yo el diferente. India, Londres, Islandia. No me importa el lugar. Me perdería en cualquier rincón del mundo.