¿Quién, a estas alturas, no conoce el orgullo? Quien no le ha maldecido, odiado, intentado olvidar… Quien no ha caído alguna vez en sus garras. Lo confieso, el orgullo me persigue. Corro y me alcanza. Intento separarlo de mí. Intento perderme para que no consiga encontrarme, pero siempre acaba haciéndolo, siempre vuele a mí. Y me puede. Él no me deja pedir perdón cuando debo, no me permite dedicarle una sonrisa a aquel amigo que dejé de hablar hace tiempo por una estupidez. No me permite acercarme a quien necesito, no me deja vivir en paz. No soy lo suficientemente fuerte como para ganarle la partida. Él siempre me supera. Me siento una esclavo que baila al son de lo que le dicta el orgullo. Y no puedo. Quiero ser yo, decidir el cómo, el cuándo y el porqué, y que él no asome la cabeza por ningún rincón. Y así, por fin, poder pedir perdón.
Mas que todo no me deja acercarme con quien quiero estar